No hace falta que insista en la idea de que el día a día muchas veces resulta agotador, ¿verdad? Vida profesional, vida familiar, vida personal. Toneladas de información a procesar diariamente, retos que ilusionan pero requieren de un esfuerzo extra. Momentos de estar arriba y momentos de estar abajo. Necesitas mucho combustible, lo sé.
En un artículo reciente hablaba de la ilusión como un motor de fuerza increíble que te podía ayudar a afrontar esos momentos en los que parece que todo es cuesta arriba.
Tal como decía en el artículo, hay cosas de los niños que deberían ser reimplantadas en los adultos. Si una de ellas es la ilusión, otra es la ALEGRÍA. Los niños, si no hay alguna cosa concreta que en un momento determinado les haga estar tristes, siempre está alegres. Puede ser lunes o domingo, puede hacer sol o estar lloviendo, pueden estar en un lujoso hotel o en el parque de su barrio. Si algunas cosas básicas están bien, los niños siempre están alegres.
Y como ocurre con la ilusión, la alegría es otra de esas fuentes de energía cuya ventaja principal es que son simples, no dependen de nada más. Son.
¿No te ha ocurrido algunas veces que un día estás alegre sin más?
Da igual los éxitos o fracasos que estés teniendo en ese momento, da igual cualquier otro factor externo. Estás alegre y se acabó.
Y en esas ocasiones en las que tienes la alegría recorriendo tu cuerpo, ¿no te parece que todo va a salir bien? ¿No te parece que, incluso si algo sale mal, tampoco es para tanto?
El sol brilla más, los coches hacen menos ruido, el aire es más refrescante, los pájaros cantan más alto.
Cuando estás alegre, cuentas con un combustible de los más poderosos que existen. Te sientes capaz de todo, ¿verdad?
La diferencia entre los niños y los adultos es que a los adultos nos cuesta bastante tener uno de esos días alegres sin más. Siempre hay multitud de cosas que nos enfadan, nos ponen tristes, o tensos, o preocupados. Demasiadas razones de peso para no estar alegres.
Es innegable que en el mundo de los adultos hay que enfrentarse diariamente a muchas situaciones que no son precisamente para echarse a reír.
Pero, ¿y si un día decides que te vas a reír pase lo que pase? Que vas a estar alegre como un niño aunque se te caiga el mundo encima.
Es posible que tengas algunos problemas en tu vida que no te van a hacer reír de ninguna manera. Pero esos problemas, ¿ocupan todo el espacio? ¿Ocupan todo el tiempo?
Reflexiónalo.
Seguro que no. No importa cuál sea el problema. Siempre deja hueco suficiente para que se cuele la alegría.
¿Estar alegre por qué?
Por estar vivo, por sentirte vivo, por tus éxitos, por los éxitos de las personas a las que quieres, por lo aprendido en los fracasos, por las buenas noticias (siempre las hay, aunque casi nunca en primera plana), por alguna fecha significativa para ti, por algún recuerdo,… porque sí.
En algunas ocasiones la razón para estar alegre es una concreta que centraliza todas las demás. Es precisamente lo que me ocurre ahora mismo a mí tras el reciente nacimiento de mi tercer hijo. Es tanta la alegría que tengo que el resto se queda aparte. Los problemas no parecen tantos ni tan importantes. Miro al mundo con tremenda alegría, y también con gran agradecimiento.
Si haces un esfuerzo por detener el ruido de fondo que continuamente te bombardea con sensaciones negativas, te darás cuenta de que detrás está esperándote la alegría.
Está ahí, para ti.
Hay catalizadores que pueden potenciarla: la música, un paseo, una conversación, un recuerdo,…
La alegría es uno de los mejores combustibles que tienes a tu disposición para llegar hasta donde te propongas. UTILÍZALA.
Y además, sin duda, contribuirás a que el mundo sea un poquito mejor.
¿Qué cosas te sientes capaz de hacer los días en los que te inunda la alegría? ¿Sabes cómo convocar la alegría para que llegue a ti? Me puedes dejar comentarios más abajo, o en las redes sociales.